La Caputxinada, un grito a la democracia
- memoriasbarcelona
- 31 may. 2020
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Actualizado: 1 jun. 2020
La Caputxinada fue uno de los hechos más importantes del movimiento estudiantil contra el franquismo. Barcelona fue testigo de cómo quinientas personas se encerraron en un convento con el fin de constituir un nuevo sindicato de estudiantes. Aunque ese acto significaba mucho más, pues era una demostración de rechazo a la dictadura y una muestra de que buena parte de la juventud deseaba que fuera la democracia quien gobernase España.
Barcelona fue un punto clave en el movimiento universitario español, junto a Madrid, durante el franquismo. Las universidades eran un punto crucial en el desarrollo del régimen, ya que pretendían darle a la juventud el papel de perdurar el legado franquista. Aunque, en realidad, se consiguió el efecto inverso. A raíz de los años 50 resurge un movimiento estudiantil fuerte, desaparecido con la llegada de la dictadura.
Barcelona fue un punto clave en el movimiento universitario español
Hay que situarse en el contexto de esos años. Jóvenes universitarios que anhelaban una España democrática que, aunque no vivieron la Guerra Civil y los años más duros de la posguerra, eran conscientes del régimen dictatorial y de todo aquello que carecía si se comparaba con Francia, que influyó en aquella generación. Es el caso de Guillermo Carnero, reconocido poeta novísimo, y estudiante de la UB entre 1964 y 1975, años en los que se graduó en Filología y Ciencias Económicas. “Yo, como otros muchos, deseaba el tránsito a una España democrática, y pensé en empezar por el lugar en que me encontraba y la institución a la que pertenecía, la Universidad de Barcelona”, relata.
Esta universidad fue el eje tanto del movimiento universitario barcelonés como el catalán. Allí se creó Solidaritat Universitària: un instrumento para democratizar la universidad. Su objetivo era impulsar la cultura catalana y fomentar la libertad de expresión.
En 1957 nace el primer gran evento de protesta universitaria después de la guerra: La Asamblea del Paraninfo en la UB, que tuvo lugar en el contexto de las huelgas de tranvías en Barcelona. Fue la primera asamblea libre de estudiantes en la universidad y llevó a la creación de un manifiesto pidiendo la vuelta a la normalidad académica existente antes de la huelga de tranvías. Este hecho presenciaba la ya notable división en las universidades entre muchos estudiantes que clamaban por mayor democracia en las aulas y las autoridades académicas dependientes del régimen. En los 60 el movimiento estudiantil en la ciudad se agitó aún más.
En tiempos de la dictadura la afiliación al Sindicato Español Universitario (SEU), el sindicato único y oficial del régimen, era de obligado cumplimiento. Con un movimiento estudiantil importante, en 1965 se sustituyó el SEU por la afiliación, también obligatoria, a lo que se denominó Asociaciones Profesionales de Estudiantes (APE). Otoño de ese año fue el momento elegido para convocar las elecciones.

Pero, los estudiantes tampoco toleraban la APE. Su estrategia era ocupar cargos del SEU, que eran elegidos “a dedo”, pero finalmente optaron por crear un sindicato alternativo, el Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona (SDEUB) a principios de 1966.
El objetivo principal del sindicato era la demanda de democratización en la universidad (mecanismos de control democrático, elección del rector y cargos, autonomía universitaria...). No obstante, el SDEUB no se limitaba al ámbito universitario, detrás se encontraba el PSUC. Las reivindicaciones del sindicato también eran políticas: liberación de presos políticos, amnistía... La Caputxinada coincidió con una época agitada en el resto del mundo. El movimiento hippie, la Guerra Fría o las primeras manifestaciones contra la guerra de Vietnam estaban a la orden del día. Por otro lado, quedaban dos años para el “Mayo francés del 68”.
Los estudiantes necesitaban un sitio “seguro” para realizar el acto de constitución del sindicato. Un grupo de estudiantes pidió a las autoridades de la UB permiso para reunirse en una instancia universitaria para constituir el SDEUB. “La iniciativa ya era conocida e incluso se podían dar nombres de estudiantes comprometidos con la causa” declara Francesc Vilanova, historiador especializado en el franquismo y profesor en la UAB. La UB se negó y prohibió reuniones de ese tipo en la universidad. A partir de la negativa, la incógnita era ¿dónde se celebraría el acto?.
F. Vilanova: "La iniciativa ya era conocida e incluso se podían dar nombres de estudiantes comprometidos con la causa"
En febrero del 66, los estudiantes contactaron con el convento de capuchinos en Sarrià para pedirles una sala para realizar el acto constitutivo del sindicato. “Esta orden ha sido conocida por su calidad cultural, intelectual y compromiso social por el país. Era una salida normal contactar con ellos” añade Vilanova. Los fraires aceptaron sin reparo. De esta forma, el 9 de marzo se celebraría el acto en el convento de los capuchinos. Aunque la reunión en sí no era un secreto, lo fue la fecha y el lugar donde se celebraría; los asistentes no lo supieron hasta una hora antes de la reunión.
Carnero relata cómo descubrió el lugar y fecha: “No lo recuerdo con exactitud. Debió de circular la noticia por la Universidad, o decírmelo algún compañero”. A esto, añade que “se esperaba que las fuerzas del orden fueran con pies de plomo al allanar un edificio religioso y evitarían la violencia en el que algunas de sus víctimas podían ser eclesiásticos”. De esta forma, el régimen también evitaba “la mala prensa que un uso descontrolado de la fuerza policial en un convento podía tener”.
La policía también sospechaba de una posible reunión. Un informe policial del 28 de febrero hace referencia a una reunión entre estudiantes de Derecho el 24, y en la que se afirmaba que la asamblea del SDEUB fue convocada para el 9 de marzo. También se sospechaba que tendría lugar en algún edificio religioso. El plan de los estudiantes era realizar el acto y marchar, pero el resultado fue distinto.
El miércoles 9 de marzo de 1966 llegan los asistentes al acto: estudiantes, profesores, intelectuales… Asistieron personalidades como el poeta Salvador Espriu, Jordi Rubió o el pintor Antoni Tàpies, este último marcó un antes y un después en la Caputxinada. En total, fueron unas quinientas personas (aprox.) las que asistieron.
Una hora después del inicio, los “grises” rodearon el convento. Teóricamente, la policía no podía entrar en el edificio por un tratado firmado trece años atrás, el Concordato entre el régimen y el Vaticano de 1953. Este estipuló que el gobierno no podía entrar a edificios religiosos sin el permiso de la autoridad eclesiástica correspondiente. En este caso era el arzobispo de Barcelona, Gregorio Modrego, quien se negó a permitir su entrada.

A los primeros delegados que salieron se les requisó la documentación, y es que las autoridades franquistas dieron la opción a los intelectuales de salir sin consecuencia alguna para ellos, pero alumnos y profesores debían entregar su documentación, con los posteriores efectos que traería. Los intelectuales se solidarizaron con el resto de asistentes, y permanecieron en el convento. Vistas las condiciones impuestas, Jeroni de Moragas, decano del Colegio de Arquitectos, declaró: “Con las condiciones que la autoridad gubernativa nos impone no es justo, ni honroso abandonar la sala”, como recoge La Revista de Girona.
El provincial de los capuchinos en Catalunya, Joan Botam, manifestó a los estudiantes: “A partir de ahora sois huéspedes de nuestra casa”. De esta forma comenzó la Caputxinada, lo que se había organizado como una mera reunión acabó convirtiéndose en un encierro, símbolo de resistencia ante las autoridades franquistas. Pero, ¿cómo fue posible que la policía identificara el lugar y fecha del acto?
El historiador Francesc Vilanova aboga a dos razones: la primera es que el movimiento de docenas de estudiantes hacia un convento en una zona poco edificada era un elemento visible. Además, hubo otra razón de carácter anecdótico relacionada con Antoni Tàpies:
El encierro duró tres días: del miércoles 9 al viernes 11 de marzo, y en él hubieron dificultades. La primera es que en aquel convento vivían únicamente cincuenta frailes y en aquel momento hubo hasta quinientas personas en el lugar. La mayoría de personas durmieron en el suelo durante los días de encierro, los frailes proporcionaron algunas mantas y colchones. Algunos, pero, pernoctaron entre cartones. A los huéspedes más mayores, entre ellos Salvador Espriu, les dispusieron algunas camas. Otro problema fue la comida y tabaco.

Un elemento que marcó la suerte de los asistentes fue el emplazamiento del edificio, el convento se encuentra a escasos metros del Liceo Francés. Profesores, personal y padres de alumnos se solidarizaron y lanzaron bocadillos y paquetes de tabaco desde la escuela. Las autoridades no pudieron hacer nada al respecto, ya que el Liceo era competencia del consulado francés y no podían intervenir.
A pesar de estos episodios, la convivencia fue buena, sin conflicto. El economista Salvador Servià, quien formó parte de aquel episodio, relata que “la convivencia fue brutal entre estudiantes, frailes e intelectuales”. “Teníamos claro el objetivo. Éramos una piña y los estudiantes más politizados nos animaban a resistir”. Guillermo Carnero piensa que esta harmonía respondía a que “la consigna era la de los débiles, renunciar a la violencia para rentabilizar el uso de ella por las fuerzas del orden. Mejor que dar palos era recibirlos, y mostrar heridas y contusiones”.
De misma forma, se organizaron actividades. Mariona Petit, delegada en la SDEUB, recordó en Ara fa 30 anys: Caputxinada la creación de un grupo musical durante el encierro: “Los Constituyentes”. “Cantaban: Era una chica roja, roja; era una chica loca loca porque habla en catalán”.
Lo que más preocupaba a los participantes era con qué se encontrarían al salir y las consecuencias. A su vez, en el exterior sucedieron signos de solidaridad hacia los retenidos: asambleas constituyentes y una manifestación con signos de “Libertad para los reunidos”.
Lo que más preocupaba a los participantes era con qué se encontrarían al salir y las consecuencias.
El viernes 11 de marzo, la última jornada de encierro, los estudiantes propusieron una lista con nombres de los asistentes para ser identificados, pero se negaban a entregar su documentación; el gobernador de Barcelona, Ibañez Freire, se negó. Al mismo tiempo, el Consejo de Ministros se reunía en Madrid. Francisco Franco, molesto por el acto de la Caputxinada, ordenó: “Quiero que este asunto acabe cuanto antes”.
Una vez se dio la orden del Generalísimo, los “grises” irrumpieron en el convento, violando el Concordato con la Santa Sede, y entraron violentamente. La irrupción de la policía supuso la entrega de los carnets estudiantiles y múltiples detenciones. La economista Carme Trilla, estudiante, recuerda que las represalias no fueron las mismas para mujeres que hombres. “Con las mujeres la identificación fue muy laxa, los carnets fueron pedidos a los hombres y las consecuencias policiales fueron más fuertes hacia los hombres”. Guillermo Carnero, además, apunta a la posibilidad de que algunos se fugaran a través de subterráneos o salidas secretas.
Las consecuencias de la Caputxinada para los participantes fueron cuantiosas. Muchos fueron detenidos y llevados a Jefatura para ser identificados. Allí se les juzgó según su grado de responsabilidad en los hechos y muchos tuvieron que pagar cuantiosas multas de entre 10.000 y 200.000 pesetas. Los estudiantes extranjeros que participaron fueron expulsados de España.
Muchos de los profesores en el encierro fueron expulsados de la universidad y algunos incluso juzgados por el Tribunal de Orden Público, como recoge ElNacional.cat. Manuel Sacristán fue uno de los profesores a los que no se les dejó seguir impartiendo clase. Este incidente provocó que un grupo de estudiantes, entre ellos Guillermo Carnero, irrumpiera en la clase para lanzar huevos y monedas de una peseta a su sustituto. “Mi implicación en el caso de Sacristán fue debida a mi admiración por él, su sabiduría y el respeto con que trataba a los estudiantes, y a la reprobación de la persecución de que era objeto.”
En acto de solidaridad a los represaliados, se organizó una subasta en París de obras de arte cedidas por destacados artistas como Picasso, Miró o Tàpies. La subasta reunió el dinero suficiente para pagar los dos millones de pesetas que reclamaban los tribunales.
En cuanto a los estudiantes, algunos tuvieron que volver a pagar sus matrículas, otros perdieron el curso y se vieron obligados a repetir y algunos fueron expulsados. Francesc Vilanova recuerda que una de las represalias fue enviar a algunos jóvenes a realizar el servicio militar al Sáhara Occidental. También tuvo consecuencias en el mundo eclesiástico, ya que el gobernador Ibañez Freire intentó expulsar del país al provinciano Joan Botam, quien acogió a los asistentes, pero la Santa Sede lo impidió.
No obstante, la Caputxinada también dañó al Estado. Desde entonces el SEU pierde fuerza y se facilita la llegada al mundo académico de estudiantes y profesores formados cultural e ideológicamente en el antifranquismo. Muchos de aquellos que se forjaron en la Caputxinada protagonizaron la Transición. También supuso el arranque de una nueva dinámica antifranquista que culmina con la fundación de la Assemblea de Catalunya en 1971. “La Caputxinada por primera vez une en un mismo espacio fuerzas del universo antifranquista que hasta entonces habían conectado poco entre sí”, declara Vilanova.
La Caputxinada supuso el arranque de una nueva dinámica antifranquista
La prensa nacional cubrió la Caputxinada con un punto de vista limitado por la censura del régimen. En algunos medios los hechos se publicaron a través de notas oficiales del gobierno y hubo artículos editoriales de condena al acto. El término “Caputxinada” fue utilizado por la prensa nacional como mofa del acto. En la hemeroteca de La Vanguardia encontramos esta publicación del 11 de marzo de 1966:

En este recorte se menciona la reunión y trata las manifestaciones estudiantiles posteriores al encierro en el cruce de la avenida Generalísimo con el Paseo de Gracia el día anterior.

El desalojo por parte de los Agentes de la Autoridad se produjo a las 12h el 11 de marzo. Los estudiantes salieron sin resistencia y entregaron la documentación; después se detuvo al resto y se les llevó a la Jefatura Superior de Policía para interrogarlos y “conocer el grado de responsabilidad de cada uno de ellos” según declara la Nota del Gobierno del 12 de marzo.
La prensa internacional mantuvo una visión distinta a la nacional. Países como Francia pudieron informarse del acto gracias a los estudiantes extranjeros que participaron. Según Francesc Vilanova, Francia e Italia eran los países que más seguían las actividades contra la dictadura española y que “se hicieron eco de las protestas, las represalias académicas y policiales y de la trascendencia del acto más allá del mundo universitario”.
Infografía sobre la Caputxinada
La Caputxinada marcó un antes y después en la historia de la Barcelona de los sesenta. Esta ocurrió en un contexto de reivindicaciones sociales y políticas en España y alrededor del globo. Comportó un símbolo de protesta ante una dictadura en decadencia, que tuvo una fuerte repercusión mundial, y originó la unión de tres sectores diferentes (estudiantes, intelectuales y eclesiásticos) pero que compartían el deseo de mayor democracia. También, inspiraría otras protestas como el encierro de Montserrat. En una especie de juego de ajedrez, parece que el Estado ganó la partida pero aquellos en la Caputxinada dieron el último “jaque mate”.
Contenido adicional:
Por Eric Moner, Marta Lorenzo, Beatriz Narros y Carles Martín
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