Frederic Marès: coleccionando esculturas
- memoriasbarcelona
- 14 abr 2020
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Carles Martín
La memoria colectiva de una ciudad suele recordar a aquellas personas que la marcaron. Es algo poco habitual, aunque se da de vez en cuando. Y lo normal de lo no habitual es recordar a una persona por algún hecho en concreto. Lo que se sale de la norma es recordar a alguien por dos facetas bien distintas. Y eso es lo que hace a Frederic Marès tan especial; escultor sensacional y coleccionista único.
La historia de este personaje no empieza en Barcelona, aunque pronto inició su idilio con la ciudad. Natural de Portbou, su madre dio a luz el 18 de septiembre de 1893. Cuando contaba diez años su familia se trasladó a Barcelona, en donde su padre ya residía desde hacía unos años. Cursó estudios en la Escuela Superior de Artes e Industrias Artísticas de la Llotja. de 1908 a 1913 Pronto destacó en su habilidad para esculpir. En 1910 ganó su primer concurso de escultura. Tres años más tarde, consiguió su primera beca, con la que viajó a París. Esa estancia en la ciudad de las luces le brindó la oportunidad de conocer a uno de los escultores más reconocidos de todos los tiempos, Auguste Rodin, con quien formó una buena amistad. Optó a otra beca en 1914, que no pudo disfrutar por tener que realizar el servicio militar.
No obstante fue profesor auxiliar en la Escuela de Bellas Artes de Barcelona ese mismo año, en el que también entró como ayudante en el taller de Eusebio Arnau. Cuatro años más tarde se estableció en su propio taller. Fue entonces cuando se incrementaron los
pedidos y adquirió fama.
La huella que el artista dejó en Barcelona puede medirse por el total de obras que se encuentran en la ciudad. Diseminadas por buena parte de la urbe, el transeúnte observador se habrá fijado en que el nombre de Frederic Marès aparece gravado en casi veinte obras que pueden verse repartidas por la ciudad. Importantes hay muchas. Quizás la más conocida sea Alegoría de Barcelona, situada en Plaza Catalunya, donde también se encuentran dos esculturas, Emporion y Barcelona, todas ellas de 1928. Otras obras remarcables del autor en la ciudad son: Fuente de la Sardana (Plaza Tetuán, 1923), El Agua y La Tierra (Mirador del Palacio Nacional, 1929), Busto de Miguel de Cervantes (Pueblo Español, 1930) o el Monumento al Cononge Rodó (Plaza del Clot, 1917 y restituido en 1949 tras la Guerra Civil). De hecho, Marés se encargó de la restauración de algunas obras que quedaron destruidas después de la Guerra Civil, como la Fuente de Santa Eulalia (Plaza Pedró, 1951) o Barcelona a Prim (Parque de la Ciutadella, 1948). Además, también lideró la restauración de Santa María del Mar, a petición del propio Companys.
Sin embargo, a Frederic Marès no solo se le recuerda por su extensa aportación artística a la ciudad de Barcelona. Además, también destacó en el coleccionismo. Afición a la que se avino desde niño. Primero con pequeños artículos como cromos y estampas, y ya con diecisiete años adquiriendo una tabla del s. XIV que representaba a Ramon Llull. A partir de entonces, se empeñó en obtener esculturas desde el siglo XII hasta el XX. Engordó su propiedad hasta que su pasión lo acabó convirtiendo en uno de los mayores coleccionistas de Europa.
En 1948 inauguró el museo en el que, todavía a día de hoy, se exhibe su extraordinaria colección. Artilugios de todo tipo que se cuentan por docenas: cartas, tijeras, pipas, jarrones, cerraduras… la lista es muy extensa. El propio Marès donó la colección a la ciudad de Barcelona.
Como reconocimiento a su trayectoria, se le otorgó la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio (1951), fue Caballero de las Artes y las Letras de Francia (1970) y se le concedió la Medalla de oro de la Generalitat de Catalunya (1986).
Un personaje histórico que bien merece ser recordado. Su vinculación con Barcelona es evidente, pese a no ser barcelonés de nacimiento. Obras repartidas por la ciudad. Una fantástica colección, con gran valor artístico y un muy notable valor histórico. Una huella perenne que no hay tempestad que borre de Barcelona.
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